Interrail
Cuando me encuentro con adolescentes –algo frecuente, dada mi dedicación profesional, que consiste en buscar escritores entre chicos y chicas de los últimos cursos de la secundaria y el bachillerato, edades en las que se forjó mi vocación literaria– suelo alentar su rebeldía. Un adolescente es una contradicción que se metamorfosea en otra contradicción, y así, sin límites hasta que con el paso del tiempo acepta la realidad, que se antoja mucho más bella una vez se ha pasado por el sarampión de los pros y los contras, de los afectos y la animosidad, del empeño por cambiar las reglas que todo lo rigen, pues el adolescente rebelde tiene el convencimiento de que están equivocadas y que debe reescribirlas, aunque a mitad de la primera de sus propuestas pierda el hilo de lo que quería sancionar.
Un adolescente ejerciendo como tal merece la pena, aunque se equivoque. Lo triste son los que se mantienen indolentes ante el propósito indisimulable de los adultos a mantenerlos alimentados, acomodados, adocenados, adormecidos, aborregados… en resumen, a que permanezcan calladitos, sin retirarse el teléfono móvil de los ojos. Frente a una recua de adolescentes sin proyecto, no es de extrañar que Pedro Sánchez sacuda el cuerno de la abundancia de una deuda insoportablemente engordada que algún día nos ejecutarán. El premio es el subsidio de Interrail, como una lluvia de caramelos en una fiesta de mocosos.
https://www.eldebate.com/opinion/tribuna/20230517/interrail_114995.html
Que sea Interrail y no otra merced, esconde una perversa intención. Dicho viaje por el corazón del viejo continente ha perdido la misión reveladora con la que algunos jóvenes de los ochenta y los noventa se echaron la mochila al hombro para conocer Europa de estación en estación. Hoy, el popular chu-cu-chú se ha convertido en una prueba iniciática en la práctica del sexo bárbaro, de la borrachera y el consumo de drogas. Además, los adolescentes que lo escogen como viaje de final de etapa realizan buena parte del periplo en avión y en comandita: son hordas de mozos con granos y nula curiosidad artística, histórica y cultural las que asaltan los puntos neurálgicos del cachondeo nocturno comunitario, las que se engolfan de festival en festival antes de culminar su trascendental experiencia con una orgía de espuma en alguna playa griega, donde los caramelos sanchistas se truecan en pastillitas de formas divertidas. Vamos, todo un plan educativo el que promete subvencionar el amado líder de los trajes apretados. Le sugiero que, dado su generoso corazón, entregue junto al bono de viaje a costa de los ciudadanos pagadores un estuche con preservativos multicolores, media pajita esterilizada para esnifar y una caja de Alka-Seltzer.
Habrá quien se sienta ofendido al leerme. «Mis hijos participaron en Interrail y no se dejaron llevar por los desórdenes que denuncia este escritorzuelo». No les niego la mayor, porque también muchos de mis jóvenes escritores que se desplazaron por los raíles europeos, visitaron museos y catedrales. Aunque no todos, me temo. Ni siquiera la mayoría.
En todo caso y ya puestos, ante el despropósito del manirroto de La Moncloa, que usa el dinero de todos como si fuera suyo, deberíamos proponerle ideas para que sus iniciativas le hagan ganar una papeleta de más o le ayuden a evitar la pérdida de diez, cien, mil o cien mil votos. Buenas ideas, especifico, porque antes de Interrail inventó el bono cultural, que tiene sus más y sus menos como los tendrá este “Viaje con nosotros” en el que podría contratar de maquinista a Gurruchaga, el de la Orquesta Mondragón. El bono de tan pomposo apellido hace que los libreros se vean perjudicados ante las tiendas de videojuegos, que han hecho su agosto a cuenta del maná de cuatrocientos euros. Quizás el presidente no calculó que una adolescencia víctima del maniqueísmo de las sucesivas leyes de educación, fuera a ignorar el primor de las obras literarias de Máximo Huerta (Maxim de nombre artístico) a cambio de probar la diversión virtual de pegar tiros y degollar viejas, antes de revender dicho entretenimiento en algún portal de segunda mano. ¡Pasajeros al tren!