Apagar el fuego
Hace diecisiete asumí el reto de visitar algunos colegios de España (más tarde se sumaron centros escolares de México y Perú) para buscar, encontrar y formar a jóvenes escritores. Lo llamé Excelencia Literaria, proyecto con el que pretendo devolver a la narrativa (en sus más variadas modalidades) una visión trascendente del ser humano a partir de la antropología cristiana.
Enseguida comprobé, con agrado, que esta suerte de actualización de la fábula alemana que universalizaron los hermanos Grimm, en la que en vez de flauta utilizo mis novelas como reclamo, es un revulsivo maravilloso para miles y miles de jóvenes, que gracias al reto de volcar en el papel el cosmos de un relato, han descubierto que la Literatura solo se justifica cuando brinda al lector la verdad, el bien y la belleza.
En este año de zozobra Excelencia Literaria (*), además, es un trampolín para que chicos y chicas de uno y otro lado del océano brinden esperanza al mundo, pues se atreven a identificar en sus escritos los miedos que nos inocula la sociedad de la sobreinformación, para colocarlos en su justo lugar.
Somos testigos, pacientes y víctimas de la pandemia, pero también objeto de una cansina campaña de temor. Una sociedad asustada es una sociedad anestesiada, fácil de modelar según el interés de quienes hacen de la política una ingeniería social del pensamiento único. En España, por ejemplo, en pleno caos sanitario y con la proporción más alta de fallecidos del mundo occidental, gobierno y parlamento han aprobado una Ley de educación que ata la libertad de los padres para elegir el centro y el modelo educativo que desean para sus hijos, que impone materias transversales cargadas de ideología que pervierten la inocencia de los niños, que dificulta aún más la enseñanza de la religión mayoritaria y que da a la educación diferenciada una categoría criminal. Además, coincidiendo con la bacanal de muerte en hospitales y residencias de ancianos, demostrando la sucia sensibilidad de quienes gobiernan, ha legalizado la eutanasia, presentándola como un derecho cargado de flores y ternezas.
Urge dotar a los jóvenes de criterios sólidos que apaguen, con pacíficos argumentos, el fuego hediondo de los sembradores del error y del horror. Y la Literatura se me antoja una herramienta ideal, pues quien lee alimenta su pensamiento frente al estallido de tantos fuegos artificiales que nos distraen, frente a tantas mentiras, y quien escribe con el propósito de publicar difunde sus pensamientos en un planeta sin frontera. El Arte es siembra que asegura una buena cosecha.