El Correo de Andalucía: Barbas

Puede que todo sea una cuestión de barbas. Si hasta la llegada de Mariano Rajoy creíamos que en democracia no podía gobernar una jeta peluda —aunque el doble liderazgo bigotil de Aznar ya había roto una lanza a favor del vello bajo los senos nasales—, ahora tenemos declarada una guerra sin cuartel a la Gillette. Claro que barbas han tenido los dos últimos reyes, más o menos esporádicas, más o menos cuidadas, dependiendo del tiempo y de la forma. Y barbas tuvieron puñados de ministros cuando lucir pelambrera en los carrillos era marca socialista, especialmente si esta (la pelambrera) era oscura, hirsuta y algo desaliñada. Porque las de la derecha siempre han sido barbas más comedidas, que parecen que sí, parecen que no, apenas un detalle, un esbozo que haga intuir que llevo tres días y medio sin afeitarme, aunque desde la linde a escuadra de la quijada se aprecie un cuello limpio y terso como el culito de un bebé.

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La barba ya no es solo atributo musulmán (el dogal blanco de aquel Jomeini que daba tanto miedo), ni del Castro anterior al chándal, que también daba bastante miedo. La barba es símbolo de actualidad, señal del hombre global y a la vez discreto, que en su presupuesto semanal incluye los gastos para peluquería (ni que la perilla fuese un caniche), pues uno solo no puede mantener semejante babero capilar con la geometría y la sedosidad que marcan los cánones, que hoy por hoy piden un mostacho florido, con varias cesiones en cuanto al remate de sus puntas, y al ras desde que baja por las patillas y hasta que se abre en las mandíbulas con la generosidad agreste de quien sufre todo un sinvivir.

Abascal ha llegado con una barba que se me antoja califata, aunque no le guste que le caiga semejante adjetivo, pues es posible que crea lucir el mismo arreglo capilar que cerraba los rostros heroicos de Don Pelayo y Don Rodrigo, aunque de ellos no quede una imagen donde podamos corroborarlo. Y de la de Abascal irán surgiendo nuevos recortes, ocurrencias peluqueras, hípsters y bibsters y bubsters y hapsturbs dispuestos a hacer de la política una pelea de tijera y bigudí.