Deja que África te cuente

 «Yo tenía una granja en África, al pie de las colinas de Ngong (…)» es el comienzo de una de las novelas más significativas de la literatura del siglo XX, en la que la baronesa Karen Blixen evoca una Kenia idealizada, obviando los sufrimientos que allí padeció.

“Memorias de África” inauguró el interés de los lectores más exigentes por la narrativa que dota a ese marco espacial de un poder seductor irresistible. África ofrece entornos fabulosos para la aventura en mundos perdidos (“Las minas del rey Salomón”, del escritor victoriano Henry Rider Haggard; “Tarzán de los monos”, del autor de ciencia ficción Edgar Rice Burroughs; “Orzowei”, de Alberto Manzi, o el extraordinario “En busca del unicornio”, de Juan Eslava Galán). Aunque al hablar de África reconocemos un territorio más o menos distinguible, debemos tener en cuenta de que nos referimos a un paisaje inabarcable, que va desde el estrecho de Gibraltar al cabo de Buena Esperanza, del golfo de Guinea al Cuerno de Somalia, del canal de Suez a la costa de los Esqueletos.

Los libros nos permiten adentrarnos en aquella geografía indómita de muy diversas maneras. Una de ellas queda enmarcada por la terrible experiencia de Joseph Conrad, recreada en “El corazón de las tinieblas” mediante la voz de Marlow, un marinero que describe la atmósfera opresora del río Congo durante el rescate de Kurtz, un traficante de marfil que ha caído enfermo. Este texto obsesionó a Javier Reverte a lo largo de su trilogía continental, en concreto en “Vagabundo en África”. Reverte nos descubre la realidad vedada a los turistas, aunque sin la crudeza de “Ébano”, compilación de los célebres reportajes de Ryskard Kapuscinski acerca del traumático proceso de descolonización, del que el polaco fue testigo de primera línea.

Si hay un país que atraiga la pluma de los escritores, hablamos de Kenia. Ernest Hemingway hizo inventario de sus cacerías de los años treinta en “Verdes colinas de África”, escenario también de su famoso relato “Las nieves del Kilimanjaro”, en el que escarba en cada una de sus obsesiones. Isaak Dinessen completa en “Sombras en la hierba” distintas remembranzas de su cafetal, así como del romance truncado con Denys Finch Hatton, tantas veces nombrado en sus “Cartas desde África”. La autora danesa pintó la sabana de las acacias, por la que cruza un vergel de la fauna salvaje, e inspiró al fotógrafo Peter Beard, autor de bellísimos libros en los que mezcla los destinos misterioso de Kenia con la generación beat.

Al identificar el continente africano como un todo, son cinco sus escritores galardonados con el Nobel de Literatura: el novelista tanzano Abdulrazak Gurnah; los narradores sudafricanos John Maxwell Coetzee y Nadine Gordimer; el escritor egipcio Naguib Mahfuz y el dramaturgo nigeriano Wole Soyinka. Todos ellos, de una u otra manera, se enfrentan a los graves problemas políticos, sociales y económicos de su país de origen. Si nos suscribimos a Sudáfrica, se me antoja imprescindible la lectura del emotivo “Llanto por la tierra amada”, de Alan Paton. Y si hablamos de la violencia brutal y del dolor causado por las guerrillas islámicas, no podemos renunciar a leer “La chica”, de Edna O’brien, biografía que retrata las peripecias de una adolescente a lo largo de su huida desde el interior de la selva –donde los terroristas de Boko Haram tienen su guarida– a Abuya, capital de Nigeria.

Miguel Aranguren es escritor. Autor de “Desde un tren africano”, “Los guardianes del agua”, novelas que transcurren en Kenia (www.miguelaranguren.com)